30.5.05

Le contaron a mi abuela que para ser feliz sólo hace falta un hombre a su lado, unos niños buenos y una casa bien cuidada. Que para ser feliz, tras la infancia venía el matrimonio.
Mi madre aprendió que antes de casarse debía aprender, tener un ofico, que para conseguir la felicidad en el pequeño mundo de la pareja hay que experimentar del mundo exterior.
Y a mí, sin darme doctrinas, porque eso ya no se lleva, me dejaron entrever que únicamente a través de la libertad podemos sabernos felices. El "laisse-faire" de una juventud que por primera vez es un fin en sí mismo, no un medio para terminar incorporándose a la sociedad.
Variamos, generación a generación el camino a la autorrealización. Yo no sé cómo se lo contaré a mis hijos para que por fín, de una vez, alguien consiga ser feliz.
Nosotras tres, creo, no lo conseguimos.

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